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miércoles, 2 de marzo de 2011

Capítulo 1: Lena


Mirar la puesta de sol a través de una sucia ventanilla de autobús, no era tan relajante como mirarla en directo, sentada sobre la suave arena de la playa, con la mirada perdida en el mar y su horizonte, pero aún así tenía su encanto.
Los últimos rayos de sol bañaban el rostro de Lena,  por fin se aproximaba al mar, ya podía notar su olor. 
Iba a pasar las vacaciones de Navidad en una casa de playa que tenía su amiga Sarah. Sarah era una chica que había conocido durante ese mismo curso, pero sabía que era una de esas personas que, por mucho que aparentasen, luego eran algo diferente. Ella aparentaba ser una persona a la que no le faltaba nada y que tenía mucha seguridad en sí misma, pero en realidad era dulce y se preocupaba por los demás siempre antes de preocuparse por ella, y Lena nunca habría imaginado poder llegar a ser amiga de una chica como Sarah; tan popular y solicitada -en todos los aspectos imaginables-, siendo que ella era, literalmente, todo lo contrario.
Pero a pesar de ello eran amigas, por eso Lena iba a pasar las vacaciones de Navidad a su casa, en Barcelona, solas ellas dos y algunas amigas más -o eso le había dicho-.
Era 25 de diciembre, las siete y pico de la tarde. Había pasado la Nochebuena con su madre, y después había cogido el autobús rumbo a Barcelona a las tres de la tarde, y estaba de los nervios, porque sabía que Sarah no tenía intención de ir a buscarla, por algo le había dado su dirección y un mapa con el recorrido marcado desde la parada de autobuses hasta su casa.
Suspiró y encendió su MP3.
El conductor acababa de avisar que aún quedaba media hora de viaje. 
El sol era tan solo una sombra rojiza en el horizonte.



                                                                                                              

La casa de la familia de Sarah no se merecía el nombre de casa, porque parecía una mansión.
Lena caminó por el pasillo de entrada, que consistía en piedras incrustadas en la hierba que dibujaban un pasillo por el jardín, desde la entrada hasta la misma puerta. A cada lado del pasillo, había colocada una fuente de mármol.
Llegó a la entrada, llamó tres veces, no se oía nada dentro y le asaltó la duda de si Sarah habría ido a buscarla a la estación. Tocó el timbre por segunda vez, y se aseguró de que la dirección era la correcta.


''Calle de Marzo. Número 12''

Al parecer lo era, así que se sentó en el suelo a esperar a quien quiera que fuese a abrirle la puerta. No hacía frío, pero sí mucho viento, estaba despejado y el sol ya se había metido en el horizonte. Llevaba esperando en torno a un cuarto de hora cuando se abrió la puerta, y la cabeza rubio ceniza de Sarah asomó por ella. Sonreía a modo de disculpa.
-¡Lena! -gritó, lanzándose sobre ella- Pensaba que ya no ibas a venir.
La chica se quitó la mochila y arrastrando la maleta, entró en la casa, detrás de Sarah.
-Yo pensaba que serías tú la que no iba a venir- le espetó.
Sarah hizo caso omiso a ese reproche y empezó a hablar de lo grande que era su casa, aunque ambas estaban viéndolo y no era del todo necesario. Después de enseñarle un poco el lugar, Sarah avisó que esa noche invitaría a algunos amigos a su casa para que estuviese preparada y se ''pusiera guapa'', así que la chica entró en su habitación, pequeña -pero con baño-, se dio una ducha y después de mirar la ropa que había traído muchas veces, y darle muchas vueltas escogió una ancha camiseta gris, unos pantalones vaqueros y unas zapatillas. 


                                                                                                                              


Sarah, saludó a un par de chicas a quienes conocía de hace solo dos días, pero ellas entraron y encendieron la radio, subiendo el volumen al máximo, inaugurando así la fiesta. Como si estuviesen en su propia casa.
Después las siguieron tres chicos, que debían de ser sus acompañantes, y a los que Sarah ni siquiera saludó, eso de que cualquiera entrase en tu casa era corriente, siempre que se tratase de un sábado por la noche.
Después de aquellas cinco personas, apareció en la entrada una chica alta y delgada, con una sonrisa casi forzada en los labios y semblante inexpresivo. El pelo castaño claro le caía como una cascada escasa sobre los hombros, hasta el pecho. Iba tomada de la mano de un chico de ojos verdes que parecía buscar algo dentro de la estancia.

                                                                                     


Lena miraba desde su ventana cómo entraba la gente. Le dio un vuelco el corazón cuando oyó el timbre y luego a Sarah saludando con una felicidad exagerada. Se ponía tan nerviosa cuando se trataba de conocer a gente nueva...

Respiró hondo, dispuesta a separarse de la ventana para bajar al gigante salón, pero antes decidió echarle un último vistazo a la playa de noche.
Era preciosa.
El cielo estaba un poco nublado, increíblemente negro. Y el mar del azul más oscuro.
El cielo y el océano parecían fundirse en el horizonte, formando una combinación perfecta. 


Lena se asomó un poco más por la ventana, tuvo que apartarse su largo pelo negro de la cara para poder visualizar al grupo de chicos que parloteaba y gritaba desde el jardín de la casa de Sarah.
No conocía a ninguno, obviamente. Serían cinco o seis, y todos parecían niños adinerados que venían a pasar las vacaciones con su familia en alguna gran casa de aquel barrio.
Lena sonrió y negó con la cabeza. Cerró la ventana, corrió las cortinas y le echó un vistazo a su nueva habitación. La tendría durante una semana, tendría que acostumbrarse a ella. Y la verdad es que pensaba que no iba a ser demasiado difícil, a pesar de ser pequeña era confortable; tenía una cama, una mesita de noche y una lámpara. Y un armario que no iba a usar, porque era demasiado vaga como para meter la ropa ahí para volver a guardarla en la maleta en siete días.
Volvió a su cama, metió su ropa en la maleta y dejó el libro que estaba leyendo sobre la mesa de noche. Y entonces lo vio, en su mochila.
Sabía que la iba a poner contenta llevarse eso, pero en ese momento se sintió extraña por tenerlo en un sitio que no fuera su casa. Era una caja azul de madera.
Lena tenía esa caja desde que su padre murió. Bueno, un par de años antes de que su padre muriese. Él le había enseñado un pequeño método para cumplir sueños, y se trataba de meter todas tus metas en una caja, verlas cada día, o añadir metas nuevas, y poco a poco ir haciéndolas realidad.
Lena, por ejemplo, tenía una foto de su guitarra. Le gustaba la música  y tocar la guitarra, y ver la suya entre los recortes la hacía sonreír. Luego tenía frases de libros, trozos de poemas, una foto de su perro... La verdad es que no eran sueños. Eran las pequeñas cosas que la hacían feliz, y a veces se sentía algo estúpida por tener una caja con ''metas y sueños'' y que dentro hubiese fotos de guitarras y animales.
Cogió un recorte de una revista, en la que aparecía una foto de un chico con el pelo negro, los ojos azules y unas grandes y finas manos que tocaban el piano. También se sentía estúpida por guardar una foto así, de un modelo cualquiera, de una revista de música cualquiera.
-Si solo te encontrase a ti... -pensó.- tendría mi ridícula lista de sueños completa.
Y entonces la puerta se abrió de par en par, de un golpe, y se asomó la cara sonriente de Sarah.
-Vamos, Lena -exclamó, al verla.

Lena guardó todos sus recortes rápidamente.
¿Qué hacías? -preguntó Sarah.- Baja al salón, vamos a pasarlo bien.

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