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domingo, 6 de marzo de 2011

Capítulo 5: Primera parte.

      



El pulso de Lena se aceleró al oír el cerrojo de la puerta del baño desbloquearse. Intentó imaginarse que era Jorge quien saldría de la ducha, y se preguntó si sería de esos que salían ya vestidos, con un albornoz, o una toalla atada a la cintura.
Un chico con una toalla atada a la cintura salió de su baño, tenía la cabeza escondida detrás de una pequeña toalla azul pálido, con la que se secaba el pelo. Era bastante alto y un poco delgado. Lena no le había visto la cara, pero sabía de sobra que no era Jorge.
De pronto, aquel individuo se detuvo en seco y se apartó la toalla de la cabeza, dejando su rostro por primera vez al descubierto.
Se trataba de un chico con el pelo cobrizo y los ojos azules. Él la saludó amablemente y ella se levantó de la cama, sobresaltada.
-Qué... ¿qué haces aquí?- le preguntó, avergonzada - ¿Éste es tu dormitorio? A mi me lo ha dado Sarah, me ha dicho que estaba vacío...
Él la miró, serio, y se sentó en la cama, con aire cansado.
Lena continuó mirándole, esperando que dijese algo, lo que fuera, que se explicara, que le dijera que se había confundido de habitación, al menos. Y sería normal, porque todas las habitaciones de aquella casa eran iguales.
-No, ésta nunca ha sido mi habitación, no te preocupes.
Y su voz quedó interrumpida por la puerta que se abrió, de la que se asomó Jorge.
Lena se puso tensa cuando él les juzgo con la mirada. 
-Perdón, yo... -empezó Jorge.
-Tienes que llamar a la puerta. -le interrumpió el chico de los ojos azules- De nada.
Estaba ahí tan cómodo, sentado en la cama, con una toalla en la cintura y sus ojos azul oscuro mirando fijamente a Jorge, rojo de vergüenza, que Lena no pudo evitar sonrojarse también.
-Perdonad, en serio. -añadió, mirando a Lena, que no sabía cómo expresar con gestos que ahí no estaba pasando nada- Sarah ha ido de compras, volverá en un rato.
La puerta se cerró y Lena reparó en que el chico la miraba.
- ¿Qué sientes por él? -le preguntó.
A Lena la sobresaltó oír aquello, y él, al ver que ella no respondía, hizo otra pregunta:
-¿Eres tan tímida que no te atreves a echar a un desconocido de tu propio cuarto?
Lena se sintió ofendida y tampoco supo cómo expresarlo con gestos -es que no le salían las palabras en momentos de confusión-.
-Te he hecho una pregunta -le recordó él.
-Y yo te he hecho otra antes -le cortó ella- ¿Qué haces aquí?
Él se quedó un rato en silencio, después se levantó lentamente de la cama, y caminó hacia ella, que dio un paso hacia atrás.
Él volvió a sonreír con esa sonrisa que tan bonita le resultó a ella desde el principio.
-Luego te contesto a esa pregunta -respondió él- pero primero... ¿puedo pedirte un favor?



Jorge se levantó del sillón justo cuando Lena pisó el suelo del salón, -todavía desordenado por la fiesta de la noche anterior - tenía una naranja metida en la boca. Dijo algo, pero ella no pudo entenderle.
Normal.
-Eh... - empezó a hablar Lena, y se dio cuenta de que aún así; con media naranja metida en la boca, era encantador - Jorge, ¿puedo hacerte una pregunta?
Jorge intentó hablar y la naranja se le escapó.
Para cualquier persona habría sido algo desagradable de ver, pero ella sonrió.
-¿Qué pasa? -preguntó él, enarcando una ceja.
-Bueno, nada... -balbuceó- Te quería preguntar si podías dejarme algo de ropa.
Jorge la miró, pensativo.
-¿Y para qué quieres tú mi ropa? -le preguntó con una sonrisa pícara.
Lena se sonrojó.
-La necesito para dejársela a... -¿a quién se la iba a dejar? No sabía ni cómo se llamaba y acababa de reparar en ello- a mi amigo.
El chico hizo una mueca de disgusto.
-¿Al friki ese? -preguntó.
-Pues sí. O sea, no. -rectificó- no es un friki, no le llames así...
Él se puso serio de pronto, y la fulminó con la mirada, Lena se sorprendió.
-Puedo llamarle como me de la gana, ¿vale? -le dijo- y me parece un creído, ¿de qué va?
Lena simuló un carraspeo.
-¿Desde cuándo le conoces? -le preguntó.
Jorge la miró, sonrió otra vez.
-Da igual lo que le conozca, seguro que le conoces tú más. -dijo él, con aire indiferente- ¿Sabe Sarah que has metido un tío en su casa y a tu habitación?
Lena se sintió atacada de pronto, no entendía por qué Jorge le llamaba la atención, ahora, a ella, después de tanto tiempo, como si la conociese aún, o como si pudiese mandar en lo que ella hacía. Abrió la boca para responder, pero no le dio tiempo a decir nada.
-No voy a dejarte mi ropa, pídeselo a otra persona -dijo el chico, sentándose de nuevo en el sofá.



El chico de los ojos azules empezaba a tener frío. Llevaba ya un rato esperando a Lena en su habitación, y finalmente había optado por bajar al ver que ella no llegaba.
Al salir de la habitación la vio subir las escaleras, tenía una expresión enfadada, y disgustada.
-Por fin -dijo él.
Ella apartó la mirada rápidamente.
-Ese chico no ha querido prestarte ropa para mí, ¿verdad? -preguntó, sin la más mínima expresión en su rostro.
-No -afirmó Lena- Si quieres inténtalo tú. Yo no quiero volver a hablar con él. No debería haberlo hecho nunca.
Él se quedó mirando a Lena mientras pasaba por su lado, despacio, y no hizo nada para impedirle irse.
-¿Se supone que tengo que dejarte mi ropa a ti? -oyó de pronto una voz que venía del pie de las escaleras- La próxima vez que te mudes o algo por el estilo, haz la maleta y tal. - exclamó Jorge mientras pasaba al lado de su compañero y le daba un pequeño empujón para que subiera las escaleras con él.
El muchacho lo siguió, con semblante sereno, sin ofenderse ni sorprenderse lo más mínimo, a pesar de que Jorge estaba siendo bastante borde. 



Cuando la familia de Sarah llegó a casa, solo estaban Lena y Jorge para recibirles. Bueno, y también ese chico con ojos azules de quien todavía no sabían mucho.
Se encontraron con toda una familia sonriente tras la verja, y tuvieron que inventarse que el día anterior habían celebrado el cumpleaños de Lena para justificar todo el desorden que estaba montado en la casa debido a la fiesta de la noche anterior, y mientras la familia -tíos, hijos y sobrinos- se asentaban un poco en su hogar, Lena, Jorge y el chaval de los ojos azules habían aprovechado para recoger todo mientras maldecían a Sarah por lo bajo. 
-Bueno, Lena, ¿cuántos años has cumplido? -preguntó la tía de Sarah, la dueña de la casa, mientras bajaba por las escaleras.
-Dieciocho -se adelantó en responder Jorge- En realidad su cumpleaños es el treinta de Diciembre, pero nos hemos adelantado.
Jorge y la tía de Sarah continuaron hablando mientras Lena se derretía en el sofá. ¿Se acordaba de que su cumpleaños era el treinta de Diciembre? ¿después de tanto tiempo, aún se acordaba? Eso por no tener en cuenta que la idea de ''todo está desordenado porque ha sido el cumpleaños de Lena'' había sido de Jorge, y había quedado genial.
Lena empezaba a recordar los motivos por los cuales le gustaba tanto ese chico: su picardía y espontaneidad, entre otras muchas cosas. Parecía seguir siendo igual aunque hubiesen pasado muchos años.
Por fin se habían sentado, habían acabado de limpiar todo, ahora solo quedaba esperar a que Sarah llegase e hiciese la situación algo menos incómoda de lo que ya era.
-O sea... que eres primo lejano de Sarah -oyó de pronto Lena decir a la mujer- ¿Y cómo es que ella no me ha dicho nada?
El chico de los ojos azules tosió.
Y volvió a toser.
-Sarah te habrá dicho que venían familiares a visitarla, supongo...
-Yo conozco a su familia -cortó Jorge- conozco a la familia que tiene Sarah en Barcelona. Pero... nunca antes me había hablado de ti.
-Eso es porque ella me acaba de conocer -le explicó él.
-¿Acaba de conocerte?
-Sí, acaba de conocerme -afirmó, y con un suspiro se levantó del suelo y prosiguió- mi madre me acaba de traer a Barcelona... yo no vivo aquí.
Lena contemplaba como el chico titubeaba, se ponía rojo y se tocaba las mejillas, y no supo si dejarlo pasar o preguntarle si le pasaba algo.


miércoles, 2 de marzo de 2011

Capítulo 4: Amanecer.


Sonó su móvil como despertador.
Lena abrió los ojos y se apresuró en apagar la alarma. No tenía ganas de levantarse esa mañana ni de comenzar el nuevo día, no tenía energías para ello.
Se sentó sobre la cama, tenía el pelo un poco revuelto, se miró en el espejo, se peinó un poco con las manos, y pensó: ''¿qué hice ayer?'' tenía los recuerdos muy borrosos, no sabía si había soñado con que hablaba con una persona que tenía los ojos azules, o si había pasado de verdad.
En ese sueño, ella hablaba y se desahogaba con esa persona, la cual parecía comprender y valorar todo lo que ella decía, era imposible que algo tan maravilloso hubiese sido sólo un sueño... tal vez por eso se sentía mal aquella mañana. Pero, en cambio, había hablado con Jorge en la realidad, y creía que eso sí que era un sueño, todo del revés. 
Dejó el espejo encima de la mesita de noche, y se levantó de la cama para asomarse a la ventana de su habitación, que estaba entreabierta.
''¿Cómo es que no he pasado frío esta noche?'', se preguntó.
Se veía el mar, tranquilo.
Serían las 11 de la mañana.
El cielo estaba gris y llovía un poco.
Lena sonrió.




Le habían dicho que tenía que subir las escaleras, al piso más alto, y que allí sólo había una habitación y esa conducía al desván. 
Jorge quería ir allí porque sólo desde ese sitio en toda la casa podría ver bien las estrellas. 
Había subido a las 2 de la mañana, y como estaba lloviendo, no se podía ver nada.
Pensó en bajar, pero tuvo ganas de quedarse allí arriba un poco más, aunque estuviese todo oscuro.
Encontró un atril de pintor, y carboncillo. También una pequeña lamparita que todavía funcionaba.
A Jorge le encantaba pintar, y la escena del mar tormentoso que se veía ante él, a través de la ventana, le pareció maravillosa para relajarse y ordenar las ideas.
Ahí arriba no se oía el ruido de la música, entonces no podía saber si la fiesta había terminado o no. Y acabó quedándose dormido en ese desván, sin pensar si Sheila estaría preocupada o no. Una suave calma, rodeada de un halo de frío le había ayudado a dormir sin preocupaciones durante aquella noche.

                                                                          

Se sentía completamente despejada. El viento y la lluvia golpeaban con suavidad su cara esa mañana nublada y grisácea.
No tenía frío a pesar de haber dormido toda la noche con la ventana abierta, ni tampoco estaba cansada.
Seguía pensando en ese sueño. Había sido demasiado real y relajante a la vez. Se sentía calmada después de esa noche, no quería salir de la cama, sentía que ese sueño la había renovado, la había ayudado a... pensar en otra cosa.
Entonces pensó otra vez en Jorge. No podía volver a preocuparse por él, no la tenía en cuenta y nunca lo había hecho. Ni lo haría.

                                                                       

-¿Has visto a Jorge?
-No.
-¡¿Y a Lena?!
-Pero no grites. -advirtió Sarah, frunciendo el ceño- ¿Se puede saber qué te pasa? Mi tía acaba de llegar esta mañana y está muy cansada. Trabaja por las noches, ¿sabes?
Sheila se sonrojó.
-Perdón... es que me pone nerviosa no saber qué hace Jorge desde las... 2 de la mañana.
Se levantó de la mesa. No había desayunado nada.
Sarah tampoco, las dos apenas habían bebido y disfrutado de la noche, se la habían pasado entera controlando a los demás.
-No te preocupes, Sheila- la tranquilizó Sarah- Lena lleva mucho rato durmiendo como un tronco.
Sheila sonrió, aliviada.

                                                                        

Lena se había arropado en la cama y estaba empezando a dormirse otra vez, cuando de pronto oyó un ruido que venía del baño de su habitación. Un ruido como el que hace un bote al caerse.
Se levantó, perezosa. No quería que Sarah encontrase nada fuera de su sitio si venía... Pero justo cuando iba a abrir la puerta, oyó el agua de la ducha.
Escuchó en silencio.
¿Quién se habría colado en su ducha teniendo un montón de baños en aquella casa?
Además, el baño no era compartido, era sólo suyo.
¿Sería Sarah que había entrado cuando ella estaba durmiendo?
No podía ser otra persona a parte de Sarah la que estaba ahí dentro.
¿Quién más iba a entrar a su habitación para darse una ducha?

                                                                   

Apenas Jorge llegó a la primera planta se encontró con Sarah en vez de con Sheila.
Ésta le había dicho que se iban al centro comercial y que le avisara a Lena de que se había quedado sola por dormilona. Y ahí estaba él, plantado en la mitad de la cocina, detestándose por no haber perseguido a Sarah y haberle dicho que le dijese a Sheila que él estaba ahí, que existía, que si se había dado cuenta de que había desaparecido en mitad de la noche.
Pero obviamente a su novia no le había importado, no se había preocupado por él.
A Sheila llevaba tiempo sin importarle nada sobre él. O al menos eso aparentaba. Aunque la verdad es que nadie entendía a Sheila.
Suspiró mientras subía las escaleras, hacia las habitaciones del piso de arriba.


Capítulo 3: Un sueño extraño.



Lena sintió un pequeño vacío cuando Jorge se separó de ella.
Nada más ver a Sheila, él se había alejado como si nada hubiese pasado, como si ni siquiera hubiese estado con ella ni la hubiese visto esa noche.
-Te estaba buscando, cariño. -le dijo ella, y se inclinó hacia él para darle un suave beso en los labios.
Jorge frunció el ceño, sorprendido por aquella repentina muestra de afecto que Sheila no tenía desde hacía tiempo. Lena apartó disimuladamente la mirada, y cuando la levantó, Sheila le dirigía una sonrisa forzada, más bien obligada, antes de coger a Jorge de la mano y dar media vuelta, entrando a la casa de Sarah otra vez.
Lena recordó que tendría que aguantar esa situación durante toda esa semana.

                                                                        

Al entrar de nuevo al salón de la mano de Sheila, Jorge pensó que irían de nuevo a los sillones donde se encontraban antes con sus amigas, pero ella caminó rápidamente hacia la cocina, y una vez llegaron a ésta, echó con la mirada a un par de chicos que estaban allí sentados, bebiendo, y cerró la puerta.
-¿Por qué has desaparecido tanto tiempo? -le preguntó a Jorge, inclinando la cabeza hacia un lado y llevándose las manos a las caderas.
Él suspiró.
-Me despisté. Sólo es eso. -respondió.
Aunque sabía que eso no era lo que Sheila realmente le quería preguntar.

                                                                       

Lena se había quedado fuera un rato, sonriendo sin notarlo ni quererlo. No podía evitar sentirse bien. Genial. Había hablado con él, después de tanto tiempo...
Suspiró.
Todo aquello era patético, hablaba de Jorge como si de un amor platónico se tratase, y no era más que un chico normal que iba a su instituto.
Qué va. ¿A quién quería engañar? Jorge nunca había sido normal para ella. Siempre fue diferente, siempre destacó y Lena se sintió engatusada por su mirada desde que era una cría de doce años. Ese chico tenía algo especial.
-¿Lena? -se oyó desde la puerta, que acababa de abrirse.
La chica dio un respingo y miró hacia el pasillo de piedras por el que caminaba Sarah.
Su amiga la abrazó y vio su cara sonriente.
-¿Tú, sonriendo? -exclamó ésta.
Lena se ruborizó, nerviosa.
-No... ha sido algo puntual. Yo no sonrío.
-Ya... ya veo. -dijo Sarah.- Te he visto con Jorge. -musitó.- Desde la ventana.
Lena sonrió.
¿Entonces no había sido un sueño?



                                                                   
Esa noche, a Lena le costó quedarse dormida, no podía parar de pensar en Jorge y en lo guapo que había ido esa noche con su camisa a cuadros y el gorro. 
Pensaba que era una cosa que ya tenía medianamente superada... pero no. Seguía enganchada a ese chico, nunca había sentido nada por nadie más después de él. Aunque bueno, también era verdad que solamente tenía diecisiete años -dieciocho en unos días- y aún le quedaba muchos años para sentir por delante.
Aunque...
Si al menos él no estuviese con Sheila, ella tendría una mínima oportunidad..., pero dada la situación... era imposible. Llevaban juntos desde los trece años, y ahora tenían dieciocho. Contra eso no podía hacer nada, lo mejor era dejarlo, dejar de pensar en él como algo más que un simple conocido.
Abajo, en el salón de la casa, la fiesta siguió hasta pasadas las 3 de la mañana. Se preguntó dónde estaría la tía de Sarah, ya que era la dueña de la casa y todavía no la había visto por ahí. Pero Lena estaba tan agotada del viaje que en cuanto las preguntas cesaron en su cabeza y paró también la música, se durmió, y tuvo un sueño extraño. 
Se veía a sí misma en la entrada de una plaza, bastante iluminada, de noche, y no había nadie más a parte de ella. Caminaba hasta el centro de ese lugar y veía unas flechas dibujadas en el suelo que la guiaban hasta el claro de un pequeño bosque iluminado por la luz de la luna. 
Y allí alguien la esperaba.
Al despertarse sólo recordó que era una persona alta que vestía de colores oscuros, no recordaba si era hombre o mujer.
De su rostro sólo habían quedado grabados en su memoria unos oscuros ojos azules.


Capítulo 2: Jorge



Lena corrió tras su amiga Sarah, escaleras abajo. El ambiente estaba lleno de humo, y habría unas veinte personas. No supo cómo se las habría apañado su amiga para llenar de pronto la casa de gente, solamente eran las diez y media... Algo que anteriormente había sido un salón con varios sillones y grandes alfombras, parecía ahora una discoteca cualquiera.
Sarah abandonó a su amiga apenas oyó el sonido del timbre, le dio su característico beso de despedida en la mejilla y salió pitando. Lena observó como la larga melena de su amiga se perdía entre la multitud, mientras ella se sentaba en el segundo peldaño de la escalera, sin saber qué hacer. Miró a todo el mundo con cierto asco. No le gustaba estar entre tanta gente en un sitio cerrado, se sentía mucho mejor en su habitación comiendo y viendo series en su portátil. Lena casi no tenía vida social, y, para ser sinceros... esa era la primera ''fiesta'' a la que iba.
No sabía cómo debía comportarse, pero bueno. De saberlo, tampoco lo habría hecho
                 
                                                                      

Miró su reloj, ya estaba empezando a cansarse.
Eran tan solo las 10 y media de la noche, llevaba tan solo media hora allí; pero ya estaba hasta el cuello.
Su novia estaba a su derecha, y no paraba de parlotear con sus amigas respecto a supuestos lugares y tendencias  de moda que se daban en Barcelona.
Él, en cambio, echaba de menos a sus amigos, que se habían quedado en su pueblo natal. No podía parar de pensar en lo bien que se lo pasarían ellos, allí, de fiesta en fiesta todas las noches mientras él estaba en la playa, con su novia, al otro lado del país.
No, no le malinterpretéis. El chico estaba enamorado de ella, era solamente que aquel concepto de ''o ellos, o yo'' que le ponía esta, le incomodaba.
Sheila no dejaba que Jorge estuviese con sus amigos siempre y cuando él quisiera, sino que le ponía horarios para estar con ellos, era como su madre. Si quería ver a sus colegas en el instituto, podía hacerlo solo entre clase y clase, la hora de la comida era para ellos. Y los sábados también. Que no se le pasara por la cabeza hacer planes con sus amigos un sábado, porque tendrían un gravísimo dilema. Pero aún así, Jorge no se lo había reprochado lo más mínimo, Sheila era la chica de sus sueños, no veía motivo alguno para no aceptar sus opiniones -y órdenes- y hacerla sentir mal. Él sabía que sus amigos estaban cabreados con él por aquella actitud, pero en parte le daba igual; era feliz haciéndola feliz a ella, a la chica de su vida, a su primer y único amor.
En aquel momento, la voz de pito de María, la amiga rubia de Sheila, le sacó de sus pensamientos.
-¿Y tú, Jorge?- le preguntó- ¿Todavía no has ido?
Jorge titubeó, no sabía a qué se refería exactamente con aquella pregunta. Además, el ensordecedor ruido de la música le hacía tener la sensación de que no la había oído bien.
-No- respondió finalmente, y optó por ser sincero- La verdad es que no sé ni de qué me estás hablando.
Las tres chicas se echaron a reír, y Clara, la amiga morena de Sheila, le tomó por un brazo e intentó hacerse oír.
-Del centro comercial más grande de la ciudad- le informó, y añadió con una sonrisa-: Podrías llevar a Sheila allí... en plan romántico, ¿no?
Jorge sonrió sin ganas. ''¿En plan romántico a un centro comercial?'', se preguntó, suspirando.
Las tres chicas volvieron a corear el ambiente con sus risas.
Se suponía que había había ido con Sheila, su novia, a aquella fiesta en la que estaban ahora pensando que quizás sería romántico. Era una casa en la playa, ¿cómo no iba a ser romántico?, había pensado.
Pero se había equivocado, porque no lo era. Estaba bastante lleno de gente que no paraba de empujar, vocear, gritar, beber, fumar y bailar. Por no hablar de la música atronadora.
Aquel sitio había resultado ser de todo menos romántico. Qué pena que se fuesen a quedar allí durante toda esa semana...

                                                               
                   
Lena continuaba allí esperando. Ya habían pasado un par de minutos y Sarah no volvía. Aunque ella sabía que no iba a volver.
Se levantó con el propósito de buscar a las otras cuatro chicas a las que su amiga había invitado a pasar la semana en esa casa también, eran del grupo de amigas de Sarah, nada tenían que ver con Lena, pero bueno, al menos eran amables y la respetaron en todo momento, no pusieron pegas cuando Sarah quiso meter a Lena en su grupo.
Tan absorta estaba Lena buscando a aquellas chicas, que no se dio cuenta de que alguien la miraba fijamente desde el otro lado de la habitación.

                                                       

Efectivamente era ella. Era esa chica, no podía ser otra.
Pero... ¿qué hacía ella ahí? Era demasiado irónico...
Jorge había coincidido bastantes años atrás en clase con ella, y habían sido amigos.
Tenían tan solo doce o trece años. En ese entonces, Lena había sido una chica activa, aventurera y sonriente. Siempre con algo que decir, aunque un poco tímida para algunas cosas, como hablar en público o mantener una conversación civilizada, tal vez entonces fuese demasiado infantil para eso. Demasiado inmadura.
Había sido a los doce años cuando Jorge la hizo madurar y abrir los ojos de golpe, cuando Lena había declarado su amor por él, y Jorge la rechazó cruelmente.
Se estuvo riendo de ella con sus amigos años, a partir de aquel momento, y aunque al mes lo olvidó y lo dejó pasar, continuaban burlándose de ella por una u otra cosa. Lena aún lo recordaba. Aunque ambos ya tuviesen 18 años, Jorge no había vuelto a hablarle.
Lena nunca volvió a ser la misma después de eso, tal vez se había dejado influenciar demasiado por una cosa que no había sido más que tonterías de niños. Tal vez estaba exagerando sus sentimientos, eso siempre había pensado Jorge. Pero después de tantos años no podía evitar pensarlo y sentirse mal. Tragó saliva al recordar todo aquello.
-Sheila- llamó a su novia- espérame aquí, voy a buscarte algo para beber.
Ella sonrió antes de ver cómo Jorge se perdía entre la multitud.

                                                            

Lena por fin había localizado a dos de las amigas de Sarah.
Habían empezado a hablar un poco, pero en seguida se habían quedado sin tema de conversación y continuaron su camino.
Lena no supo qué hacer. Se sintió sola y pequeña de pronto, rodeada de tanta gente a la que no conocía, porque en un principio habían sido unos veinte, pero ahora no dejaban de entrar grupos de personas por la puerta.
Suspiró.
La maldita cabeza de Sarah no aparecía por ningún sitio, y ella ya empezaba a cansarse.

                                                       

Al otro lado del gran salón estaba Jorge, simulando que buscaba las bebidas que le habían pedido su novia y las dos amigas de esta, mientras buscaba disimuladamente con la mirada a una persona, una chica de pelo negro y ojos más negros aún, de semblante pálido y mirada triste.
Suspiró.
Estaba harto de Sheila. La quería, sí. Pero estaba cansado de que le utilizase, de que le reprochase cada uno de sus actos y de que le manipulase a su antojo, y tenía ganas de hablar con alguien.
Dejó las bebidas de lado y se internó entre la multitud para buscar a Lena, no sin antes dudar un poco.

                                                                    

Lena estaba pensando en subir a su habitación cuando sintió su presencia, no supo cómo, pero de pronto sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal, se giró bruscamente, y ahí estaba él.
¿Jorge?
Justo entonces un grupo de gente entró en la casa por la puerta de entrada, bloqueando la vista a Jorge y permitiendo que Lena visualizase entre ese grupo la rubia cabeza de su amiga Sarah.
Y corrió hacia ella, no muy segura de si debía hacer eso o mejor irse a su habitación.
Lena llevaba años evitando Jorge y sus amigos, por la manera en que ellos la miraban y se burlaban de ella, como si le tuviesen rabia o manía, o le viesen cara de estúpida.
Además, por si fuera poco, unos meses después de ''eso'', Jorge había empezado a salir con Sheila, quien había sido muy buena amiga de Lena desde que iban a la guardería hasta ese momento. Lena nunca encontró nada en lo que apoyarse, ninguna manera de desahogarse, por lo que se refugió en sí misma y nunca le contó nada a nadie, salvo a su amiga Nicole, a quien conoció un tiempo después. 
Ella fue quien intentó hacerle olvidar el miedo que tenía de abrirse a la gente, de sonreír, hacer amigos... aunque Nicole siempre estuvo ahí para defenderla, hasta hacía unos meses. Había desaparecido de su vida, y ahora Lena se sentía sola y perdida en el mundo otra vez, y de vez en cuando buscaba a su amiga Sarah para no sentirse sola.
Igual que estaba haciendo en ese mismo momento, en aquella fiesta.
Su vida era así: mientras los demás disfrutaban de una fiesta, ella buscaba algo en lo que apoyarse para no sentirse sola.
Intentó quitarse a Jorge de la cabeza, distraerse con otra cosa, como encontrar a su amiga Sarah pero no lo consiguió, porque al salir a la calle, -creyó haber visto a su amiga saliendo hacia el jardín- la puerta se cerró tras ella y por mucho que luego tocó el timbre y aporreó la puerta, nadie la oyó.
Se giró, en el jardín tampoco había nadie. Quienes habían salido antes ya se habían marchado.
Lena suspiró y se encogió sobre sí misma, caminó por el pasillito de piedras que daba entrada a la casa. Maldijo a Nicole por haberle regalado esa camiseta con un hombro al descubierto.
Miró su reloj. Eran las 11 menos cuarto de la noche.
Levantó la cabeza para fijar sus ojos negros en la luna llena, y quitarse a la persona a la que más quería en el mundo de la cabeza.



Sus ojos verdes continuaban escrutando la oscuridad de aquel salón.
No encontraba lo que buscaba y pronto su novia le echaría en falta, pero la verdad era que no tenía ganas de volver con ella. ¿Para qué? Estaba mejor con sus amigas.
Y él estaba mejor fumándose un cigarro en la playa y pensando en sus cosas, así que cogió la chaqueta y se dispuso a salir fuera.

                                                              

Lena se giró para avisar que ella estaba ahí, que no cerrasen la puerta aún... pero se encontró con sus ojos verdes, y todo su mundo se tambaleó mientras la puerta se cerraba tras Jorge.
Le miró con sus característicos ojos negros y vacíos.
Él esbozó una media sonrisa y caminó hacia ella.
Lena no supo cómo reaccionar, por lo que le preguntó bruscamente:
-¿A quién buscas? Aquí sólo estoy yo.
Él se metió las manos en los bolsillos y sonrió con superioridad.
-Te buscaba a  ti- susurró Jorge, con esa sonrisa- Te vi salir y sentí curiosidad- mintió, mientras sacaba un cigarrillo.
El corazón de Lena empezó a latir un poco más rápido, Jorge la miró un rato más y volvió a acercarse a ella.
Ahora estaban tan solo a unos pasos.
-Venía a tomar el aire- mintió también ella- Solo eso.
Jorge suspiró, sacó un mechero y encendió el cigarro.
- ¿Quieres uno? -le preguntó.
El corazón de Lena continuaba latiendo como un tambor tocado por 90 monos eufóricos.
Sonrió.
-No. -le respondió- No he fumado nunca. Gracias.
Jorge soltó una carcajada y ella se sintió estúpida.
Él le tendió un cigarro igualmente, y ella lo recibió también sintiéndose estúpida.
Se quedaron un rato en silencio, mirándose a los ojos, como retándose el uno al otro a apartar la mirada.
- ¿No quieres fuego? -le preguntó él, riendo.
Ella se sonrojó y se acercó a él para encender el cigarro.
El corazón le latía exageradamente. Llevaban años sin estar tan cerca, prácticamente sin hablar, y le invadieron unas terribles ganas de explicarle todo lo que sintió y todo lo que sentía. Pero no servía de nada, él estaba con Sheila y sería mejor no tener problemas con ella.
Pero entonces él sonrió, y Lena sintió que perdía la poca calma que la hacía dominar aquella situación.
- ¿Qué tal te va todo? -le preguntó él, dando una calada a su cigarro.
                          
                                                                   


Sheila no le encontraba. Ni en el salón de la fiesta, ni en los pisos de arriba. ¿Pero, dónde se habría metido? Le había dicho que se diese prisa y trajese alcohol, que sus amigas y ella querían emborracharse esa noche. Pero él, ni caso. Se había tomado todo el tiempo del mundo y ahora ninguna de sus dos amigas tenía ganas de salir por ahí de fiesta.
Sheila pensó un poco. Difícil tarea para ella.
¿Y si había salido fuera?
Subió al piso de arriba a buscar su chaqueta.

                                                                             

-Yo también me quedo esta semana aquí. -respondió Jorge.- Sarah me ha invitado junto a unas... chicas, unas amigas.
- ¿Unas amigas? -preguntó Lena.
-Sí, Sheila y sus amigas... María y Clara -contestó él, sin demostrar mucho interés.
Lena mantuvo silencio durante un rato.
-Ah, Sheila... -musitó.
Jorge dio la última calada a su cigarro, y lo tiró al suelo.
-Sí, Sheila, ¿por qué? -preguntó, frunciendo el ceño y sonriendo.
Ella se sonrojó e hizo un gran esfuerzo por no ahogarse con el humo del tabaco.
Por Dios, qué asco. Nunca más iba a volver a fumar, eso lo tenía claro. 
-No, por nada. -le respondió, con un hilo de voz.- Sólo era por saber.
También arrojó su cigarro al suelo, aunque apenas lo hubiese empezado.
Jorge se cruzó de brazos y se apoyó en la fuente alta y magnífica que había visto Lena al llegar a la casa esa tarde.
-Sé por qué lo preguntas -le dijo- Sheila te cae mal.
Lena titubeó.
-¿Por qué iba a caerme mal? -preguntó Lena, sin atreverse a negarlo.
Jorge sonrió.
-Porque está conmigo.
Hubo un largo silencio entre los dos, en el que solamente se miraban.
Lena no supo qué decir, pero no tuvo que pensar durante mucho tiempo, porque la puerta se abrió de pronto, y ambos se sobresaltaron y rompieron el contacto visual... para observar a Sheila, que les miraba con los brazos cruzados desde el marco de la puerta.

Capítulo 1: Lena


Mirar la puesta de sol a través de una sucia ventanilla de autobús, no era tan relajante como mirarla en directo, sentada sobre la suave arena de la playa, con la mirada perdida en el mar y su horizonte, pero aún así tenía su encanto.
Los últimos rayos de sol bañaban el rostro de Lena,  por fin se aproximaba al mar, ya podía notar su olor. 
Iba a pasar las vacaciones de Navidad en una casa de playa que tenía su amiga Sarah. Sarah era una chica que había conocido durante ese mismo curso, pero sabía que era una de esas personas que, por mucho que aparentasen, luego eran algo diferente. Ella aparentaba ser una persona a la que no le faltaba nada y que tenía mucha seguridad en sí misma, pero en realidad era dulce y se preocupaba por los demás siempre antes de preocuparse por ella, y Lena nunca habría imaginado poder llegar a ser amiga de una chica como Sarah; tan popular y solicitada -en todos los aspectos imaginables-, siendo que ella era, literalmente, todo lo contrario.
Pero a pesar de ello eran amigas, por eso Lena iba a pasar las vacaciones de Navidad a su casa, en Barcelona, solas ellas dos y algunas amigas más -o eso le había dicho-.
Era 25 de diciembre, las siete y pico de la tarde. Había pasado la Nochebuena con su madre, y después había cogido el autobús rumbo a Barcelona a las tres de la tarde, y estaba de los nervios, porque sabía que Sarah no tenía intención de ir a buscarla, por algo le había dado su dirección y un mapa con el recorrido marcado desde la parada de autobuses hasta su casa.
Suspiró y encendió su MP3.
El conductor acababa de avisar que aún quedaba media hora de viaje. 
El sol era tan solo una sombra rojiza en el horizonte.



                                                                                                              

La casa de la familia de Sarah no se merecía el nombre de casa, porque parecía una mansión.
Lena caminó por el pasillo de entrada, que consistía en piedras incrustadas en la hierba que dibujaban un pasillo por el jardín, desde la entrada hasta la misma puerta. A cada lado del pasillo, había colocada una fuente de mármol.
Llegó a la entrada, llamó tres veces, no se oía nada dentro y le asaltó la duda de si Sarah habría ido a buscarla a la estación. Tocó el timbre por segunda vez, y se aseguró de que la dirección era la correcta.


''Calle de Marzo. Número 12''

Al parecer lo era, así que se sentó en el suelo a esperar a quien quiera que fuese a abrirle la puerta. No hacía frío, pero sí mucho viento, estaba despejado y el sol ya se había metido en el horizonte. Llevaba esperando en torno a un cuarto de hora cuando se abrió la puerta, y la cabeza rubio ceniza de Sarah asomó por ella. Sonreía a modo de disculpa.
-¡Lena! -gritó, lanzándose sobre ella- Pensaba que ya no ibas a venir.
La chica se quitó la mochila y arrastrando la maleta, entró en la casa, detrás de Sarah.
-Yo pensaba que serías tú la que no iba a venir- le espetó.
Sarah hizo caso omiso a ese reproche y empezó a hablar de lo grande que era su casa, aunque ambas estaban viéndolo y no era del todo necesario. Después de enseñarle un poco el lugar, Sarah avisó que esa noche invitaría a algunos amigos a su casa para que estuviese preparada y se ''pusiera guapa'', así que la chica entró en su habitación, pequeña -pero con baño-, se dio una ducha y después de mirar la ropa que había traído muchas veces, y darle muchas vueltas escogió una ancha camiseta gris, unos pantalones vaqueros y unas zapatillas. 


                                                                                                                              


Sarah, saludó a un par de chicas a quienes conocía de hace solo dos días, pero ellas entraron y encendieron la radio, subiendo el volumen al máximo, inaugurando así la fiesta. Como si estuviesen en su propia casa.
Después las siguieron tres chicos, que debían de ser sus acompañantes, y a los que Sarah ni siquiera saludó, eso de que cualquiera entrase en tu casa era corriente, siempre que se tratase de un sábado por la noche.
Después de aquellas cinco personas, apareció en la entrada una chica alta y delgada, con una sonrisa casi forzada en los labios y semblante inexpresivo. El pelo castaño claro le caía como una cascada escasa sobre los hombros, hasta el pecho. Iba tomada de la mano de un chico de ojos verdes que parecía buscar algo dentro de la estancia.

                                                                                     


Lena miraba desde su ventana cómo entraba la gente. Le dio un vuelco el corazón cuando oyó el timbre y luego a Sarah saludando con una felicidad exagerada. Se ponía tan nerviosa cuando se trataba de conocer a gente nueva...

Respiró hondo, dispuesta a separarse de la ventana para bajar al gigante salón, pero antes decidió echarle un último vistazo a la playa de noche.
Era preciosa.
El cielo estaba un poco nublado, increíblemente negro. Y el mar del azul más oscuro.
El cielo y el océano parecían fundirse en el horizonte, formando una combinación perfecta. 


Lena se asomó un poco más por la ventana, tuvo que apartarse su largo pelo negro de la cara para poder visualizar al grupo de chicos que parloteaba y gritaba desde el jardín de la casa de Sarah.
No conocía a ninguno, obviamente. Serían cinco o seis, y todos parecían niños adinerados que venían a pasar las vacaciones con su familia en alguna gran casa de aquel barrio.
Lena sonrió y negó con la cabeza. Cerró la ventana, corrió las cortinas y le echó un vistazo a su nueva habitación. La tendría durante una semana, tendría que acostumbrarse a ella. Y la verdad es que pensaba que no iba a ser demasiado difícil, a pesar de ser pequeña era confortable; tenía una cama, una mesita de noche y una lámpara. Y un armario que no iba a usar, porque era demasiado vaga como para meter la ropa ahí para volver a guardarla en la maleta en siete días.
Volvió a su cama, metió su ropa en la maleta y dejó el libro que estaba leyendo sobre la mesa de noche. Y entonces lo vio, en su mochila.
Sabía que la iba a poner contenta llevarse eso, pero en ese momento se sintió extraña por tenerlo en un sitio que no fuera su casa. Era una caja azul de madera.
Lena tenía esa caja desde que su padre murió. Bueno, un par de años antes de que su padre muriese. Él le había enseñado un pequeño método para cumplir sueños, y se trataba de meter todas tus metas en una caja, verlas cada día, o añadir metas nuevas, y poco a poco ir haciéndolas realidad.
Lena, por ejemplo, tenía una foto de su guitarra. Le gustaba la música  y tocar la guitarra, y ver la suya entre los recortes la hacía sonreír. Luego tenía frases de libros, trozos de poemas, una foto de su perro... La verdad es que no eran sueños. Eran las pequeñas cosas que la hacían feliz, y a veces se sentía algo estúpida por tener una caja con ''metas y sueños'' y que dentro hubiese fotos de guitarras y animales.
Cogió un recorte de una revista, en la que aparecía una foto de un chico con el pelo negro, los ojos azules y unas grandes y finas manos que tocaban el piano. También se sentía estúpida por guardar una foto así, de un modelo cualquiera, de una revista de música cualquiera.
-Si solo te encontrase a ti... -pensó.- tendría mi ridícula lista de sueños completa.
Y entonces la puerta se abrió de par en par, de un golpe, y se asomó la cara sonriente de Sarah.
-Vamos, Lena -exclamó, al verla.

Lena guardó todos sus recortes rápidamente.
¿Qué hacías? -preguntó Sarah.- Baja al salón, vamos a pasarlo bien.